Siscu es arquitecto especializado en la rehabilitación de edificios. Como tal, una de las tareas que realiza es la de velar por la accesibilidad física de los espacios, lo cual le causa más de un debate. “Es como si no fuéramos conscientes de que todos nos haremos mayores, que la accesibilidad nos beneficia a todos. Y por eso establecemos las prioridades cuando tenemos la necesidad, en lugar de crear espacios accesibles desde un principio”, expone.
Él mismo lo experimentó en su propio edificio, donde los vecinos le cuestionaban la sustitución de un escalón en el rellano por una rampa. “Lo veían como ‘una rampa para él’ –explica Siscu, que tiene una amputación de la pierna derecha–. Pero muchos adolescentes acaban haciéndose un esguince, o los padres llevando un carrito de bebé… No se trata de un capricho ni de una necesidad concreta de una sola persona”, continúa. En su caso, instalar la rampa le costó una discusión con algunas vecinas y una enemistad hasta que el proyecto estuvo ejecutado. Y ahora todos se benefician de la mejora, aunque nadie lo admita, explica risueño.
Esta mirada, explica, corresponde a una generación anterior con una visión “paternalista”, que percibe a las personas con discapacidad como dependientes. “Y esta visión, desgraciadamente, se traspasa a las nuevas generaciones”, lamenta Siscu. Por este motivo, él participa en talleres sobre accesibilidad para niños de entre 10 y 16 años. “Al principio te miran con curiosidad, pero a la que ven que hablas y actúas como su profesor o su padre se olvidan de la silla o de que te falta una pierna. Y es importante hacerlo entonces, porque una vez sean adultos ya será difícil cambiar esa mirada”, concluye.